Estoy lavando los platos y un grito se escucha en el segundo piso, cierro la llave y subo corriendo a ver qué pasa. Vivo con mi mamá. Al menos durante la pandemia, porque es una mujer mayor y necesita ciertos cuidados.
¿Mamá estás bien? – grito desde la mitad de la escalera.
¡Apúrate! – grita de vuelta. Así nos entendemos. Por su tono me doy cuenta que no es nada grave, la conozco.
¡Se acaba de ir! – dice asustada.
¿Quién mamá?
¡El gato! – concluye.
Alcanzo a ver un pequeño gatito que escapa por la ventana.
¿Y por eso tanto escándalo?
¡Ah, no los soporto! La otra vez, uno se comió a Arnoldo, no quiero que pase lo mismo con Ester y Ronaldo.
Arnoldo era una iguana chilena que mi mamá tenía hace años. Siempre le han gustado los lagartos, tiene una especie de fijación con esos animales, algo así como un fetiche.
¡Odio a ese gato, lo odio! – me dice ella desde el otro lado de la pieza, en bata y toda despeinada. Francamente parece loca.
Yo me asomo por la ventana hacia afuera y no se ve nada.
¡Mejor no deje abierta la ventana – le digo mientras la cierro.
Deberíamos poner un repelente o algo para que no entren. Uno de estos días me va a pillar desprevenida, ¡por favor no me dejes sola! – exclama.
No diga eso mamá, cómo se le ocurre. Déjeme traer un perro – le propongo.
¿Un perro? – hace el gesto de pregunta con todo su cuerpo y de forma exagerada repite: «¿un perro?».
Un perro es la solución mamá, va a espantar a todos los gatos.
No le gusta mi propuesta, la expresión le cambia y se pone dramática.
¡Ya sabes que soy alérgica!. Acaso no te acuerdas que una vez tuve que ir a urgencias por culpa de los perros de la Tita, ¿te acuerdas?
Claro que me acuerdo. Ese día llegamos a Urgencias y el doctor nos mandó de vuelta porque no le encontró nada mamá.
Nunca me han gustado los perros y lo sabes. Debiste haber anticipado eso.
¿Y donde quería que los dejara?. Si eran los perros de mi esposa, bueno, mi ex esposa – digo con pesar.
¡Qué bueno que te separaste! – me grita.
Por favor, no empiece. Todavía no lo supero. Lo que pasa es que a usted nunca le gusto la Tita. Ni la Fran, ni la Vicky, ni nadie. ¿Por qué siempre me hace lo mismo? – le pregunto seriamente.
Yo no tengo la culpa de que las otras niñas desaparezcan – dice con falsa elocuencia y luego continúa: Los perros no me gustan, me dan alergia, eso es todo – dice como cerrando la conversación.
Mientras pasa frente a mí se detiene y les dice algo ininteligible a las iguanas. Luego entra al baño y cierra con pestillo. Siempre evade las conversaciones.
Y aproveche de pasar por la ducha, ¡harta falta le hace! – le grito mientras bajo a terminar de lavar los platos.
¡No seas insolente! – me responde.
No le gusta que la manden a ducharse, por eso lo hago. Me molesta que siempre esquive los temas importantes. En fin, no importa, estoy acostumbrado.
Mientras termino de lavar, pienso en ella de joven, siempre le gustaron los lagartos. Cuando niño, a veces les tenía celos, porque veía que los trataba mejor que a mí. Tonteras de uno.
¡NO ME SAQUES AGUA! – grita desde el baño.
Al menos me hizo caso – pienso con algo de ternura. A veces me colma la paciencia pero la amo.
Mi papá desapareció de la faz del planeta, no tengo recuerdos de él, ni siquiera una foto. A mi mamá no le gusta hablar de esas cosas. Siempre lo evita, pero así es mi mamá. Tengo que cuidarla. Toda la vida hemos sido muy unidos y espero seguir así, por siempre. No sabría qué hacer sin ella. Cada vez que pienso en esto me baja una gran pena.
Durante la pandemia he pensado mucho en la muerte.
¡Al fin mi hora de descanso! – digo en voz alta, después que guardo la última cuchara.
Me tiro en el sillón un momento. La cálida luz del sol, atraviesa la ventana, me llega justo en las piernas. Es una agradable sensación, sobre todo si el día está frío. Algo así deben sentir esos reptiles cuando se inmovilizan bajo el sol. Los ojos se me empiezan a cerrar y la cabeza a tambalear. Me voy con un suspiro.
Horas más tarde.
Estoy consciente. Cruzo el estado de post-sueño: no duermes pero estas con los ojos cerrados. Tengo frío, no siento el sol en las piernas y está particularmente silenciosa la casa.
¿Cuánto habré dormido?
Abro los ojos y está oscuro: es de noche. Mi desorientación es total, por un momento no sé ni qué día es hoy:
¿Lunes, martes?, ¡Martes!
Con un poco de esfuerzo me levanto del sillón.
¿Qué hora será?
Recojo el teléfono del suelo. Son las 8:47 pm.
Voy directo al baño, me bajo el cierre y meo para cualquier lado.
¡Mierda! – digo en voz alta.
Con un trozo de papel seco el suelo. Me lavo las manos y mojo mi cara. Levanto la mirada para verme en el viejo espejo que tengo en frente. Mientras el agua corre, me observo, medio borroso y con sueño. De pronto un escalofrío me roza la nuca.
Será mi mamá – pienso de golpe.
Giro la cabeza y no hay nadie. Me quedo paralizado del susto. Estoy seguro que había algo detrás mío. Trato de pensar que aún estoy un poco dormido.
Vuelo a mojarme la cara como para borrar y empezar de nuevo, apagar, prender, un reseteo.
Salgo y prendo todas las luces.
¡Mamá! – digo mientras subo a su pieza. ¡No está!
Voy a revisar su baño. Tampoco la veo. Por su habitación se ven solo los lagartos que me miran desde su gran pecera. Desde ahí doy un grito: ¡Mamá dónde está!. Su cama está deshecha y la ventana abierta. Voy corriendo hacia ella porque imagino que puede haber caído. Últimamente siempre pienso lo peor. Me asomo y por suerte no está. Me doy un respiro. Cierro la ventana.
Prendo todas las luces del segundo piso y recorro la casa buscándola. Me asomo a la terraza y tampoco la veo.
La voy a llamar – pienso en voz alta.
Tomo el teléfono, contactos favoritos: Mamita linda. Llamar. Espero unos segundos, tono de marcado, escucho su ringtone. ¡ESCUCHO SU TELÉFONO!. Vuelvo corriendo a la pieza y veo que su celular está en el suelo junto a la cama.
¡Mamá¡ ¿dónde estás? – vuelvo a gritar, ahora con más preocupación. Ella nunca sale sin su teléfono. Lo recojo y dejo en el velador.
De pronto una explosión, un corto cortocircuito. La luz de toda la cuadra se apaga, incluyendo mi casa.
¡Lo que faltaba! – digo en voz alta.
Los terrores de siempre aparecen. Empiezo a acordarme de todas las películas de miedo que he visto y de los reportajes e historias que he leído sobre monstruos y fantasmas. «Que mal momento para pensar en eso». Dicen que el miedo te hace vulnerable y yo estoy aterrado. Grito desde la ventana hacia la calle:
¡Mamá!
Pero un silencio ahogado es todo lo que se escucha.
Piensa, piensa – me repito una y otra vez.
Tomo aire y bajo corriendo por la escalera. Es inevitable sentir que unas manos quieren atraparme. Llego al antejardín y pienso: «Quizás fue donde la señora Carmen», una vecina que vive tres casas más allá. Tomo el impulso para salir a ver si está y un ruido me desconcentra. El corazón me vuelve a subir a la garganta, el sonido viene de un pequeño lote de cajas y cachureos que están en un rincón junto a la muralla. No logro ver qué es, quizás un ratón (imagino los peores monstruos de la ficción). Me acerco cauteloso y cuando estoy cerca digo:
¿Mamá?
De pronto algo salta chillando y doy un grito, de una agudeza que hasta yo mismo me sorprendo.
¡AHHHHH!! – sigo gritando, dando saltos y con las manos arriba. La gente se reiría de esto.
Lo sigo con la mirada y me doy cuenta que es solo un gato que ahora sube la pandereta y se detiene, pero tiene algo raro, trata de lamerse y parece sin fuerzas. Y entonces cae, lo veo bien y me doy cuenta que está desangrándose.
Oh – digo en voz baja.
El gato ya no reacciona, está muerto.
Por un momento no entiendo nada, es demasiada información en tan poco tiempo. De pronto, mi teléfono vuelve a sonar, la pantalla dice «mamita linda». Hay algo que no me cuadra. Aprieto «contestar» y lo pongo en mi oreja.
Mamá, ¿dónde estás? – digo inmediatamente.
Solo escucho una respiración y luego:
¿Qué haces afuera a esta hora?, éntrate o vas a resfriarte – es la voz de mi mamá.
¿Mamá dónde estabas?, me asustaste – digo mientras entro a la casa rumbo a su pieza.
Ven aquí conmigo – dice con ternura.
Entro y no la veo, parece una pesadilla.
¿Mamá?
La ventana está nuevamente abierta y las cortinas se mueven con el viento. Vuelvo a asomarme. Miro al velador, tampoco veo su teléfono. Las iguanas no están. Recorro el segundo piso por enésima vez y nada. Vuelvo a bajar y salgo al patio.
¡Mamá, por favor, tengo miedo, hábleme!
El teléfono vuelve a sonar.
¿Aló?
No tengas miedo hijo, aquí estarás bien.
Su voz se escucha extraña. Antes de subir, me detengo en el primer peldaño y miro hacia arriba, con miedo. Algo muy raro está pasando. Pero no puedo dejar a mi mamá sola.
Entro a su pieza, no hay nadie. Algo líquido cae sobre mi cabeza, miro instantáneamente hacia arriba.
Lo siguiente es solo cosa de segundos, un gran lagarto me mira con los ojos dulces de mamá. No alcanzo a gritar. Se lanza sobre mí, abriendo una boca enorme, que incluso veo en la oscuridad. Al principio hay dolor pero pasa. Es una contracción desesperante. No hay espacio para respirar. Me devora como la víbora al ratón.
Aquí estarás bien hijo mío, no tienes de qué preocuparte.
¿Por qué lo haces mamá?
Porque es mi naturaleza – escucho.
Voy a morir. Y al igual que en las películas tengo cientos de flashbacks de mi vida. Ahora me hace sentido que mis ex novias desaparezcan. Pasé por muchos problemas por eso. Incluso, yo era el principal sospechoso, pero siempre fui inocente. Pienso que quizás mi padre también desapareció así.
Me cuestiono un poco la vida que tuve, creo que me faltó hacer un par cosas, no le dediqué mucho tiempo a «mi persona».
La vida tiene sus tiempos y termina cuando menos te lo esperas.
Igual que un salmón, vuelvo a morir en el lugar que me vio nacer. Aunque, honestamente, nunca me fui tan lejos de aquí.
FIN
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